El Daniel Ortega que hoy se ciñe la banda presidencial no es el mismo que lo hizo en 1984, ni el que tuvo que esperar hasta 2007 para poder tenerla de nuevo, menos el de 2012 que feliz lograba su primera reelección continua y guarda abismal distancia del de 2017. Este Ortega, asume un mandato considerado ilegítimo, con 170 presos políticos y el reclamo de justicia por la muerte de más de 300 opositores durante la Insurección de Abril de 2018.
Para Rosario Murillo, es la muestra de haber vencido “un demonio”. Para sus opositores, el acto de un “brutal farsante”. Y para analistas independientes, una especie de ejecución en plaza abierta de la vida republicana de Nicaragua. “Nadie que tenga una mínima pizca de democracia en su cuerpo puede sostener que lo que ha pasado en Nicaragua, es legítimo”, comenta Santiago Cantón de Diálogo Interamericano.
“Lo que vamos a ver es una farsa de los asesinos de El Carmen”, dice por su lado Roy Molina de la Alianza Democrática Nicaragüense, ADN, y quien ha anunciado que organizaciones como a las que él pertenece, se movilizarán en varios estados de Estados Unidos para repudiar lo que él llama “el asalto al poder” de parte del dictador y su esposa. “Los nicaragüenses tenemos claro que eso (las elecciones) fue un robo, un asalto al poder, un zarpazo a la democracia”, dice el activista.
Murillo, quien gobernará con Ortega un segundo periodo continuo, cree también que el acto, es el triunfo de ellos, los orteguistas, sobre “el conflicto, la separación y la discordia”, aunque tiene claro que la crisis política y social que vive el país desde el estallido de las protestas de abril de 2018, no parece llegar a un fin. Al contrario, el pronóstico de voces políticas autorizadas, asegura que empeorará cuando Ortega amanezca atornillado más al poder el 11 de enero próximo.
ORTEGA CONVERTIDO EN REY
“Este es un poder distinto, nuevo, original y revolucionario, que no tiene ninguna liga con el pasado”. Las palabras resonaron en cadena nacional de radio y televisión que siguieron el paso a paso de toma de posesión de un Ortega de bigote denso, flaco y anteojos gruesos, que escogió la vestimenta militar sobre la que el fallecido Carlos Núñez, entonces presidente de la Asamblea Nacional, le impuso la banda de presidente. Era un 10 de enero de 1985.
“Se pensó en una ruptura con la vieja forma de poder”, recuerda el exguerrillero sandinista Moisés Hassan 37 años después. Hassan ve que Ortega asume su cuarto mandato con los mismos vicios que creían haber enterrado aquel día. “Hoy hay un rechazo enorme porque asumirá como lo hicieron dictadores de otros tiempos, con elecciones amañadas, fraudulentas”, dice.
Después de ese día, Ortega no volvería más a una toma de silla presidencial vestido de verde olivo, por lo que se creía había cambiado, que el autoritarismo se quedó en las bolsas del uniforme de los años 80. Cuando en 2007 volvió al poder gracias a pactos y componendas con quienes en política adversaba y que alguna vez llamó “contras o somocistas”, vestía de blanco pulcro y las gafas “culo de botella” desaparecieron como los colores rojinegros de su partido, devenidos ahora a color fucsia, verde y amarillos pastel.
“Pero entonces había ganado elecciones que siempre tenían imperfecciones, pero no como para tirar a la basura sus resultados como ocurrió después para lograr su continuidad en el poder”, señala un analista político que pide reservas a su identidad.
El analista también menciona que en 2007 Ortega recibió un país con “una institucionalidad aceptable”. “Digámoslo así, porque pues siempre había problemas, pero se podría ver independencia en algunos poderes del Estado, no el control absoluto e insano que ahora el dictador tiene”, advierte. “Ahora asume este mandato como convertido en rey, un emperador que domina todo; jueces y magistrados, Policía, Ejército, diputados y claro quién debe elegirlo a él cada cinco años”, critica.
EL PATRIARCA DE UNA DINASTÍA
Hassan es de los que cree que
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